La casa de la risa by Paul Cleave

La casa de la risa by Paul Cleave

autor:Paul Cleave [Cleave, Paul]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2012-08-21T00:00:00+00:00


Capítulo veintinueve

La dirección de Caleb Cole que el agente de la condicional ha dado a Schroder me lleva a una parte de la ciudad donde las calles están llenas de baches y las aceras, agrietadas. Son las tres y media, y tengo una hora y media antes de reunirme con el doctor Forster. Esquivo con el coche un perro muerto y, una manzana más adelante, otro más; quizá se están lanzando a las calles como lemmings tratando de escapar. Soy el primero en llegar y, como estoy en un coche patrulla, me detengo al final de la manzana. No creo que Cole esté en casa, pero me mantengo a la espera porque, a veces, la imaginación puede meterte en problemas. Al cabo de unos minutos llega la detective Kent y un minuto después, la Unidad contra Delincuentes Armados. Es la misma unidad de antes. Probablemente, después de que regresaran a la comisaría, les dijeron que no se alejasen mucho, porque las cosas se estaban poniendo interesantes. Empiezan a planear su entrada. Eligen uno de los escenarios que han practicado una y otra vez, uno que implica una complicada incógnita: se enfrentan a un hombre que podría tener allí como rehenes a tres niñas y a su padre. Parecen decepcionados de no haber podido disparar a nadie antes, pero esperanzados en que esta vez las cosas sean diferentes.

—¿Qué piensas? —pregunta la detective Kent—. ¿Quieres apostar a que no está ahí?

Pienso en las llaves de Cole, colgadas en el coche que compró. De haber tenido intenciones de volver aquí, las habría cogido.

—Los dos estaríamos apostando a lo mismo.

Cole vive en una casa grande construida hace unos sesenta años y que ha sido dividida en cuatro viviendas. Es imposible tirar una piedra en este barrio y no darle a un exconvicto. En zonas como esta se aloja a quienes acaban de ser puestos en libertad. Normalmente la evitarías, a menos que tuvieras entrenamiento táctico, antecedentes penales o un arma muy grande. Los miembros de la unidad se separan para tomar diferentes puntos de entrada. Para cuando aparecen las furgonetas de los medios de comunicación, dos minutos más tarde, la escena ya ha sido despejada.

Los vecinos han salido a sus patios a echar un vistazo. Insultan a los policías de la unidad, nos dicen que nos vayamos a hacer puñetas y que nos muramos. A algunos los reconozco de la cárcel; a otros, de mi época en el cuerpo. La detective Kent y yo nos dirigimos a la casa de Cole. La han abierto a patadas. El pestillo cuelga de un marco rodeado de astillas del tamaño de un palillo. No hay mucho dentro: una mesa de cocina, un sofá desgastado.

—Este sitio es como follarse a la puta más fea de la ciudad —me dice el hombre al mando de la unidad—. Hemos hecho el trabajo en minutos, pero tardaremos una hora en quitarnos la sensación de haber estado dentro.

—Tiene razón —dice Kent, una vez que el jefe se ha marchado—. Lo ha dicho con palabras encantadoras, pero esa es la sensación.



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